Texto editorial
Se podría decir que las Historietas y el Cine Clase B son hermanas. Desde su origen y en gran parte se han aventurado en contarnos historias de terror, fantasía o ciencia ficción valiéndose de recursos artesanales, sumando un alto impacto visual conseguido a través de una estética ingeniosa en el diseño de las obras artísticas. Ambas en su momento han recibido la etiqueta de ser “de culto”. Ambas han recibido el mote de ser “un arte menor”. Ambas en el presente son el germen de toda la industria del cine de entretenimiento.
Si nos concentramos en el cine, la piedra angular de la Clase B es el abuso de lo inverosímil a partir de escenarios caricaturescos y situaciones inevitablemente graciosas (para algunos) y/o de pésimo gusto (para otros).
En estos días el uso de esta clasificación tiene connotaciones contradictorias. Por un lado pueden ser filmes con un alto grado de artesanía e ingenio estético; películas de género con mínimas ambiciones artísticas. Por otro, son películas enérgicas desinhibidas de las restricciones impuestas a las producciones de mayor presupuesto y sin la carga de los convencionalismos del cine independiente; su interés principal es la explotación impúdica de un bajo presupuesto. A veces son ambas cosas a la vez.
Pero todo eso no nos preocupa a nosotros, espectadores que las llevamos en el corazón porque nos permiten escapar de la realidad hacia mundos en los que psicópatas, caníbales, vampiros, zombies, extraterrestres o robots realizan experimentos abusivos en inocentes, se alimentan vorazmente de humanos o desatan guerras intergalácticas, acentuando una sonrisa satisfecha en nuestro rostro.
Eduardo Santillan Marcus
Miembro organizador CrackBangBoom